El 21 de febrero de 1909 hubo un terremoto en Alicante. El seísmo, dicen, tampoco fue para tanto; no, al menos, para una zona acostumbrada a los pequeños temblores.
Sin embargo, como siempre, hubo gente más asustadiza, personas que, como decía La Voz de Alicante en su edición del 22 de febrero (hace justo 100 años), "creyeron en la posibilidad de una catástrofe como la de Calabria".
Pero... ¿qué había pasado en Calabria para convertir esta ciudad italiana en el hombre del saco de los terremotos?
Todo había pasado unos meses antes, el 28 de diciembre de 1908, cuando un terremoto sacudió durante treinta y siete segundos las ciudades de Mesina y Regio de Calabria (que ya habían sufrido un seísmo en 1783). Italia había vivido, sin saberlo, un tsunami.
Dicen que es el mayor temblor vivido en Europa (algunas fuentes hablan de 7,5 grados en la escala Richter, cuatro décimas por debajo del terremoto de Pisco, en 2007) y que la cifra de muertos oscila entre los 60.000 y los 200.000.
Las ciudades quedaron completamente destruidas después de ser inundadas por olas de hasta 10 metros que arrasaron la débil arquitectura de principios de siglo XX.
Con nocturnidad y alevosía
El temblor sorprendió a los italianos a las 5.21 horas, en plena madrugada, cuando Calabria y Mesina aún dormían. Es obvio que este hecho, unido al desplome del 90% de los edificios de Mesina, influyó directamente en el alto número de víctimas.
La ayuda internacional no se hizo esperar, pero la catástrofe había dejado a las ciudades en la más completa ruina: personas que vagaban sin techo entre ruinas y cadáveres, y supervivientes desesperados que perecieron en el muelle de Mesina, ahogados en las tres mortíferas olas que siguieron al temblor.
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